Cada vez que hablaba
su voz era como una bella y cristalina estrella
y su corazón, como el diamante más grande
y su alma pura y celestial.
Caminar con él, era la más hermosa bendición
sanando ciegos y levantando muertos
para que todos se regocijaran de sus milagros.
Oírlo, era como si las palabras
eran de oro y que se quedaban en los corazones
que llenaban de paz y tranquilidad los aires.
Sus oraciones, eran como palomas blancas
que llegaban al padre
y con voz de trompeta su padre le contestaba
que él era la luz del mundo
y el Salvador de todos los que creían en él.
Morir por él, es una bendición en los cielos.
Hace dos mil años que paso
dejando en los corazones paz y miel.
Y cuando murió murió para bien
paro el sigue estando vivo
y sus hijos viven por él.
Autor: Mauricio Olivares
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