anuncia la soledad de un corazón que extraña,
sí, que extraña esos días de locura y furor, en que tú eras mi alimento,
mi desayuno, almuerzo y cena; evoco que te servías en charola
de lino, con tus piernas entreabiertas, para que yo, tu esclavo,
divisara con profundo deseo tu gloria, esa que un día me diste a manos llenas,
siempre fresca, siempre con olor a jazmín árabe.
Mi alma tirita de frío, y busca el refugio que un día tú le diste,
ese calor humano que es capaz de derretir miles de glaciares,
ese amor, cariño, pasión y locura que le daba color a mis días
grises.
Llega la penumbra del día y con ella, el hastío de la soledad,
me recuesto en mi cama, la misma de siempre, la que un día inundamos
de miel, mientras tocábamos el cielo con las alas de la pasión; luego de horas
de pensarte y anhelarte, por fin, logro conciliar el sueño, y justo en ese preciso
momento te veo en mi habitación, sí amor, te veo a ti, y como alma
en pena corro a tus brazos, extendiendo los míos para abrazarte y colmarte de
besos, besos sabor a fresa; pero para mí tristeza, son tan sólo delirios
de amor, vuelvo a mi cama, con el corazón destrozado, derramando lágrimas
de dolor, pidiendo al cielo, tan sólo una oportunidad, de contigo poder estar,
para amarte con plena libertad.
Autor: Edwin Yanes
Guatemala C.A.
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